El Dr. Claudio Ubertino Rosso habló en su columna acerca de lo que él denominó “Laboratorio Humano”:
La pandemia de Covid del 2020, hizo de nosotros un experimento social mundial, – hoy nadie lo discute – el encierro inicial, con sus medidas restrictivas hasta que de a poco la eliminación de los cercos sanitarios generaron un replanteamiento de las relaciones humanas. Quien hubiera imaginado festejar un cumpleaños familiar por video llamada. A mi me pasó, mi compañera, quien hoy les habla y mi segundo hijo, todos nacidos a mediados de Marzo, familiares y amigos nos cantaron el “ tanti auguri a te “ por esa vía de comunicación virtual. Inolvidable, hubiera preferido que ese marzo 2020 no pasara por mi camino, ya que días antes mi viejo había fallecido. Lo transité como todos, para colmo toda la pandemia estuve afectado profesionalmente en el Hospital local y en la Dirección de Abordaje Territorial y Asistencia Crítica Municipal, traje el virus a toda la familia, y fui uno de los primeros en vacunarme por ser personal sanitario. Tengo para contar una cuantas anécdotas, hacer llamados a gente que estaba en cuarentena para saber si necesitaba algo, poner el oído, hacer gestiones, promover que otros compañeros llevaran alimentos y/o otras cosas. Quien hubiera imaginado que caminar por la calle o ir al parque, era prohibitivo, y que nos iba a tocar una situación como la que narro. Creo que cualquiera de los que escuchan hoy estás líneas pueden bien narrar situaciones vividas de todo tipo, como así también dar cuenta que muchos después de la pandemia hemos cambiado, somos otros, por dentro y por fuera. Como toda investigación que se realiza con personas, debe inicialmente prestarse la conformidad debida para ser parte de ella, así lo plasman las normas internacionales, pero desde lo social este periódico pandémico del “ cobicho “ dejó secuelas importantes. A mi me pasa que al ver por estos tiempos a una persona portando el barbijo, me traslada al 2020, me motiva a hipotetizar que problemas de salud tendrá, que no quiere contagiarse o contagiarnos. También aprendí en ese período a prestar más atención a la mirada de la gente, ya que por el mentado barbijo, solo podía apreciar una parte de su rostro. Comencé a valorar la mirada, el movimiento de los ojos, de las cejas y otras reacciones que el seño de cada individuo que entrevistaba o cruzaba en un saludo, me permitía valorar su estado existencial. Ya sin el Covid y sin el barbijo, sigo en modo observatorio, miro mucho, trato de pasar desapercibido, pero no puedo evitarlo, necesito en vez de hablar con alguien para saber como esta o que le pasa, cruzar la vista unos instantes para “ hipotetizar “ que pasa por esa cabeza, que mira la nada, o fija la vista en algo, o mira el piso ( como inspector de zócalos ) o el techo contando telarañas.
Hace unos días no más, pase la tortura de estar casi más de dos horas en el banco, desde las 14 a las 16 hs, el final del horario de atención y una hora adentro. El feriado local y el paro nacional de transporte, motivo que por dos días no hubiera bancos, y ese viernes nos juntamos todos en un espacio digno de ser retratado como un laboratorio humano.
Ya entrenado en estas lides, me llevé un libro , que pude leer de a momentos, ya que me encontré con un montón de conocidos y de ignotos vecinos, que cada tanto cruzábamos algún comentario, pero si no lo niego, me empaché de mirar los rostros de la gente e interactuar con ellos, ya que sin mi consentimiento, fui parte de este experimento.
Creo que la pócima salvadora de caer en una profunda depresión o un ataque de furia, fueron dos niños – que con sus juguetes y sus comentarios hacían la alegría de los que esperábamos – y una adulta mayor en silla de ruedas que cada tanto dormitaba o despertándose exaltada preguntaba cuanto faltaba, ellos depararon las miradas de todos, nos dieron alegría aunque momentánea, nos hicieron reír , jugar y sacar de nosotros la otra cara que tenemos que es la compasión.
Creo que en el sector donde yo estaba sentado, todos jugamos con la pelota -que iba y venía – o con el autito a fricción -que pasaba por nuestros pies – y los devolvíamos, esos dos niños a futuro creo que serán expertos en entretener, ya que nos permitieron corrernos del enojo de una espera tortuosa que es un trámite bancario, peor aún retirar un dinero que es nuestro o pagar una contribución o impuesto, ya que ese día también se había caído el sistema de la plataforma online de la citada entidad bancaria.
Cuando describo a la adulta mayor, no puedo concebir la falta de tacto de las autoridades bancarias del lugar, de procurar dar un trato diferencial a la misma, ya que estaba con una acompañante que empujaba la silla de ruedas, ni que hablar a las dos mamás que lidiaban con la pelota y el autito, que más allá que a esa altura de la tarde era el espectáculo más lindo, no se merecían que amoldaran su paciencia en una silla metálica, mirando con exasperación que su número le tocara.
Cada tanto miré rostros, me reencontré con un exalumno, tenía varios números previos al mío, me agradó saber como le iba en su vida con tan solo 25 años y de su devenir diario. No puedo calcular la cantidad de gente que salude, hasta en un momento me pregunté, no puedo ser tan parecido a mi viejo que no paraba de saludar cuando caminaba con el o lo llevaba a un determinado lugar.
Dije que había sido previsor llevándome un libro, que vengo leyendo de ratos, por que no lo puedo ocultar, me moviliza mucho cada hoja, ya que me desacomoda cada frase que la autora Pema Chodrom , una Monja budista escribió bajo este título: “ Tal como vivimos, morimos “ ( editorial Kairos ) Edición en castellano 2022.
Con su sabiduría, dice en uno de sus capítulos: “ Que por más que intentemos resistirnos, los finales tienen lugar a cada momento, el fin de una respiración, el término del día, el final de una relación y en última instancia, el de la vida. Cada final va acompañado de un nuevo principio, aunque no siempre resulte evidente que nos deparará dicho comienzo. Hay que trabajar con el flujo de la vida, vivir con tranquilidad, alegría y compasión a pesar de la incertidumbre, abrazando nuevos comienzos y en definitiva, preparándonos para el final, con curiosidad y apertura.”
Justo cuando estaba leyendo sobre los tres venenos – el apego, la agresividad y la ignorancia – que los humanos tenemos, pero en paralelo surgen tres semillas de virtud, que son el valor, el amor y la compasión, me tocó mi turno, fui a la línea de cajas, hice la gestión, seguí saludando a otros que iban saliendo como piña de las cajas o de los boxes de atención. Mientras tanto el personal de seguridad estaba calmando a un hombre que iracundo despotricaba en voz alta contra el banco por haber hecho esperar a la adulta mayor en silla de ruedas, sin darle una atención preferencial.
Ahí fui entendiendo lo que vengo leyendo en este libro cuyo título es un mensaje del cambio que tenemos que dar – Tal como vivimos, morimos “, la autora nos recalca que en el budismo, se enseña que centrarse demasiado en nuestro interés propio es fuente de dolor y ansiedad, y que extender nuestro amor y cuidado hacia los demás – incluso hacia los extraños o las personas que nos causan problemas – nos aporta alegría y paz.
Salí del banco, respiré profundamente, dirigí mi vista en la Plaza con sus árboles y plantas, comencé a caminar hacia casa, como si fueran diapositivas aparecían los rostros de muchas personas que minutos antes estuvieron conmigo en la aguantadora espera, y recordé una situación similar cuando aquella vez que esperando hacer un trámite en unas vacaciones en la costa atlántica , se me acercó una chica ofreciéndome un libro que ella había escrito, en ese momento era su fuente de ingreso, mi impactó su rostro y presté atención la intensidad que ponía en la explicación en el título del texto: “ Un encuentro de dos minutos “.
La frase inicial del librito de solo 90 hojas, que me leí de un tirón mientras esperaba, me impactó y hoy lo transcribo: “ Hay una lucha que es la más silenciosa y solitaria de todas. Es la lucha donde tenemos que decidir entre hacer lo que los demás esperan de nosotros o ser nosotros mismos.”
Dilema importante que me propuso María Mercedes Guerrera, el nombre de la escritora aludida, la intenté de entender, la lucha silenciosa que cada uno de los que estábamos en el banco esperando, estimo que es bien distinta, de nada sirve enojarnos.
Y así fue, aparecieron estas palabras que como dice el escritor italiano Erri de Luca en su nuevo libro “ el mas y el menos “ “Soy alguien que desde aquel día se puso a escribir para forzar los límites de su entorno”, donde a partir de una situación aparentemente cotidiana , reflexiona sobre un hecho determinante que dio comienzo a su relación con la vida y las palabras, es decir, su literatura: una manifestación vital de coherencia entre lo íntimo y lo privado, lo público y lo social.
Todo lo que le sucede a un hombre se le parece, es cierto. En este sentido vivir y verse vivir para luego escribir como quien rescata, entre los escombros de las palabras, lo verdaderamente importante de todo aquello que se denomina experiencia y no es otra cosa que recuerdo acumulado.