Claudio Ubertino Rosso habló en su columna, acerca de el noble Paté de Fua:
Si así de simple, una galletita de agua o un trozo de pan untado con paté, o picadillo de carne o viandada, con el acompañamiento de un matecito, o cualquier infusión era la merienda cuando éramos chicos. Ni que hablar ir a un campamento o te invitaban en verano a la pileta de un amigo, iba en la bolsa unas latas de este producto alimenticio, que atraviesa generaciones de argentinos de cualquier clase social. No hablaré de marcas, pero si del porque su uso generalizado en una época, ya que hoy si bien esté en las góndolas de los super o en un almacén , pero no como antes forma parte del gusto de consumo de los actuales jóvenes y niños.
Será por la letra chica y de las advertencias que exige el Código Alimentario Argentino, que su mezcla de menudencias, carnes varias y grasas, con los aditivos, sales y conservantes, hacen que se supla con otros ultra procesados, que también hacen igual o más daño.
Por que habló en esta columna del Paté de Fua, así escrito FUA, con acento en la letra á y no como se escribe en francés FOIE, por que hace unos días en el super, vi en una góndola, perdidos, casi escondidos junto con otras latas, como olvidados con un cartel de oferta con la leyenda, 3 x 1, hasta agotar stock. Allí estaban el paté y el picadillo de carne. La oferta interesante hizo que la gente manoteara el producto – al igual que yo – . Ya en casa, los guardé en la alacena, esperando nuevamente probarlo.
El feriado largo lluvioso hizo que recordará que los había comprado, entre aburrido y con ganas de nada, abrí la lata y con unas masitas de agua, las unté bajándolas con varios mates. Fue un “ Deja vú “, en minutos mi cerebro comenzó a llevarme a mi niñez, en aquellas tardes haciendo deberes junto con un plato de esas masitas y un mate cocido en el comedor diario de casa, los campamentos en carpa en el medio de la nada en plena adolescencia, precavido con el abre latas, ya que antes venían con una llavecita para abrirlas.
El recuerdo también me trae las boludeces que hablamos mientras engullíamos esa merienda, de lo bien que la pasaba, de los amigos y momentos que en determinadas épocas de la vida pasábamos con algo sencillo, carente de solemnidades.
El tres por uno, hizo que viera la letra chica, noté que tenían un vencimiento cerca, por eso tanta oferta comercial, propia del sistema capitalista al que estamos inmersos y acostumbrados. No importa, ya se cuando vencen y los consumiré en otras tardes, ya que mis hijos ya me dijeron que “ ni en pedo como esa porquería “.
Me ofendí por dentro, aún sabiendo la receta de esta delicia untable, que es un menjunje de restos de menudencias, carnes y grasas, con un montón de conservantes, que obviamente te suben los sodios.
El paté de fuá cosntituyó el pretexto para volver a un lugar visitado, a momentos pasados o etapas gastadas de mi vida, y quizás quien escuché o lea éstas líneas también le ocurre estas sensaciones que estoy hablando.
Parece que la melancolía me atravezó, pero investigando un poco el origen de este untable, por tiempos fue el mata hambre de muchos por estas tierras, junto con el picadillo y la viandada, estaba en el menú de las familias argentinas, que rellenaban con el otras comidas, o formaban parte de la picada previa o una salida rápida para llenar la panza en algunos momentos del mes cuando escaseaba la guita.
Los frigoríficos argentinos fabricaban estos productos, no solo para el consumo interno, sino que también lo exportaban. Fue el alimento de las guerras que la Argentina mando a la Europa hambrienta, y el hecho en Argentina, también fue la forma de conocer que había un país con muchas vacas, las que hoy están un poco flacas.
No “ tengo paladar negro “ como se dice, soy simple a la hora de comer, en casa mamá no tiraba ni la cáscara del huevo, por ello el paté o picadillo rellenaba los huevos duros, alguna que otra comida y como dije la merienda con otros chicos y muchachos cuando invadíamos mi casa y la de otros.
Adonde quiero llegar con este paté de fuá, a recordar que lo que antes quizás alimentaba nuestros estómagos, hoy por otra forma de comer, no se la recomienda, hay otros productos que resultan más saludablemente nutricios que esta latita.
Con la lupa y los anteojos puestos me tomé el trabajo de leer los ingredientes del paté y picadillo, obviamente entendí las razones de los nutricionistas de evitar la ingesta en cantidades o con habitualidad de este untable, por los excesos de adicionantes y conservantes, pero al leer también el paquete de papas fritas que uno de mis hijos comía mientras yo me untaba la criollita con paté, el crugido de la papa frita, no salva de su estomágo de los aditivos y conservantes – aún mayor – que el de mi delicioso paté.
Siguió mi curiosidad sobre este alimento, en la biblioteca de casa,aún esta el libro de recetas de Doña Petrona C de Gandulto de mi vieja, por sorpresa esta experta que enseñó a cocinar a varias generaciones de argentinas, tiene unas cuantas recetas para usarla y hasta para hacerla en forma casera al querido paté.
Entónces, me encontré que desde la comida, algo básico de nuestra vida, lo que a veces metemos en boca en forma automática, solo para cubrir nuestra necesidad de tener el estómago lleno, no apreciamos otras cuestiones adicionales como lo cultural, lo social, lo histórico de algunos alimentos, de su historia y/o origen.
Quien les habla y escribe, nunca ha sufrido hambre, a punto que me regañaban en casa dejar comida en el plato, bajo la frase, “ no sabes lo que es tener hambre”.
Quienes me lo advertían eran unos tanos que pasaron la guerra, la carencia, y la necesidad de explotar y maximizar la creatividad “ con de todo “ para paliar el ruido de tripas, de esas que no te dejan dormir.
Y aunque mis hijos sigan diciéndome un NO rotundo ante mi invite de probar una masita untada con paté, yo no dejaré de comerla cada tanto, para viajar por un rato a otro mundo, ese que me crié, compartí y crecí con otros que como yo, somos de la generación de lo sencillo y simple.
En este viaje que hago sentado en la silla y mesa de mi comedor diario, junto a unos matecitos, son el merecido recreo de alguien que vuelve a una época que fue inmensamente felíz.